Con tu bandoneón querido, Eduardo Arolas te fuiste, enfermo de amor y triste en busca de olvido. No se apartó de tu lado aquel amor del que huías y al escapar te seguía una sombra de mujer. El veneno verde del pernod fue tu amigo de bohemia, y tu triste inspiración floreció en tu bandeneón como flores de tu anemia. Y una noche fría de París, pobre Arolas te morías, cuarto oscuro de pensión, una lluvia fina y gris y la muerte tras cartón. Aquella noche en Montmartre estaba en copas, de fiesta, y vos oyendo tu orquesta pensando sanarte. Las notas de un tango tuyo desde el cabaret llegaban y el bandoneón te rezaba un responso compadrón.